Nature is beautiful
not
because it changes beautifully
but
simply because it change
Nam June Paik
El bosque de Samuel Baroni es también el espacio de su conciencia interior. El ámbito donde lo invisible, como todo lo humano, se hace visible a través de símbolos, de imágenes bidimensionales y tridimensionales hechas de pintura, metal, tela, madera y otras materias orgánicas. Ahí moran sin distinción las cavilaciones del alma y los objetos. Con todo, espíritu y materia son parte de una misma geografía, de una naturaleza indivisible donde arte y vida cotidiana, animal y vegetal, orgánico e inorgánico, palabra y sonido nunca son contradictorios.
Este lugar, expuesto en la sala Magis del Centro Cultural UCAB, a modo de una gran instalación, no narra la historia de la humanidad o las anécdotas personales del artista. Tampoco explica teorías científicas o conceptos filosóficos. Sin embargo, lo contiene todo en su interior sin hacerlo explícito. Ese es el fundamento de su carácter contemporáneo. El artista toma de la vida lo más urgente y hace de la obra una experiencia, un pretexto para la conmoción. Por eso, puede sentirse la fertilidad del mundo vegetal y el temor ante el cambio climático, es posible cavilar sobre ideas del posthumanismo y a la vez descubrir sueños de la infancia. Nada está afirmado o negado, cada imagen es una posibilidad para el pensamiento o la fantasía.
La intuición ha sido el sendero a través del cual el arte ha llegado hasta ahí. La inteligencia sensible de Baroni pasó años probando materiales, técnicas, lenguajes, modos de amar y de vivir hasta resolver lo que encontramos en la sala. Pero, arribar a este bosque no ha sido detenerse en un sitio. Al contrario, esa llegada es la comprensión de que el paisaje es en sí mismo infinito y está hecho de vínculos, de mutaciones y de procesos inconclusos. Las obras son gestos ⎯rastros⎯ de algo en perpetuo movimiento. Son la manifestación del espíritu del lugar (genius loci) que impulsa el viaje del blanco hacia el negro y viceversa, produce una oscuridad luminosa, descompone lo lleno en lo vacío y no distingue lo humano del insecto, la clorofila, el río o las raíces.
La sala, como el universo, está llena de vibraciones y por lo tanto de música. El alma de esta muestra es literalmente aire, “soplo vital”, aliento del bosque que emana de los árboles, de las velas de los naufragios, del latido de los corazones negros, de la memoria de las franelas mortificadas por el trabajo, de los instrumentos musicales fantasmas, de los troncos alineados y codificados, y del trabajo de las polillas sobre la madera. La labor del artista en semejante lugar ha sido demostrarnos que esa alma es una y a la vez múltiple. Que mora en las partículas subatómicas y en el infinito del espacio-tiempo, en nuestro ADN y en los algoritmos de las composiciones de Mozart, en los desparpajos del grupo Fluxus y en las ideas de Piet Mondrian. Así como en la experiencia de cada ser vivo que recorre el bosque.
Humberto Valdivieso
Curador