Nos dice Umberto Eco, en su libro Obra abierta, que el arte lejos de ser un testimonio del mundo “produce complementos del mundo”. Con esta idea aclara la diferencia entre testimonio e interpretación, y entre descripción y análisis. Con todo, una obra tiene la posibilidad de expandir la realidad, amplificarla, hacerla más compleja gracias a la imagen y el lenguaje. El arte le otorga más espacio al espacio y más tiempo al tiempo. En este sentido, el trabajo del maestro Armando Villalón supone una expansión de las ciudades que ha visto, del Valle del Turbio en el estado Lara, del cerro El Ávila y de las fiestas de la Divina Pastora entre muchas otras cosas.
Este “pintor de atmósferas”, como lo llamó el arquitecto Fruto Vivas, elabora paisajes que parecen estar concebidos desde un artilugio, un ardid cuya finalidad es conectarnos con la energía vital de lo cotidiano como él lo vive. También, con la plasticidad generada en su diálogo con la materia pictórica y las condiciones del espacio. A través de ello nos hace sentir la curiosidad y el asombro que siente por el mundo. De ahí que es importante señalar su mirada de “flaneur”, pues ella transmite la elegante emoción de quien recorre las calles y es capaz de hallar un prodigio en cada objeto, monumento, edificio, condición climática o cuerpo con que se topa.
La muestra que nos ocupa es un recorrido a través de esa mirada. Quienes nos movemos entre las pinturas expuestas en la Sala Experimental Fernando Arellano del Centro Cultural UCAB no somos espectadores sino compañeros de viaje.
Humberto Valdivieso
Curador