¿Alguna vez seremos capaces de percibir todo lo que nos rodea? ¿Cómo nos vinculamos con el mundo? Son algunas de las preguntas que el espectador puede considerar al acercarse a las obras que componen Microcosmos. Esta danza sincrónica del color y la forma nos revela la diversidad de los ángulos íntimos de la naturaleza; asimismo, nos acerca a lugares recónditos y a la vez muy cercanos, como si pudiéramos contemplar a través del microscopio universal que hace visibles los misterios de lo que nuestros ojos no perciben.
Nosotros, desde nuestra ingenuidad, continuamos preguntándonos por un sentido y una coherencia de aquello que observamos, como si acaso tuviéramos la ocasión de comprender algo por sí mismo. Mientras suponemos, una música silenciosa nos armoniza, un movimiento perpetuo nos ha enlazado desde siempre a lo vivo: la respiración. Como dice sabiamente Octavio Paz: “respirar bien, plena, profundamente […] es una manera de unirnos al mundo y participar en el ritmo universal. […] Respirar es un acto poético porque es un acto de comunión”.
De tal modo, cada trazo, tonalidad y forma son la traducción del movimiento dual: inspirar y expirar, que como acto poético engendran, en puro movimiento, el cosmos. La obra de Servat, pues, nos regala, bajo la sombra melancólica del aleph borgiano, unos instantes de meditación sobre la naturaleza nanométrica, de la vida haciéndose a sí misma. Es aquí donde nos imaginamos cómo podría estarse moviendo, y moviéndonos a nosotros, la totalidad incierta.
María Di Muro Pellegrino