CRONOTOPÍAS

Cronotopías reúne veintiún artistas venezolanos representados en la Colección C&FE junto a dos creadores invitados, para propiciar un diálogo entre el encuentro con las obras y algunos eventos del arte local de comienzos de la década de 1990; y lo hace colocando entre dos paréntesis (la colección privada y la historiografía del arte) a las obras y algunas de sus capas documentales.


Desde esta exposición se piensa que treinta años es quizás un tiempo propicio para visitar una época en la que las prácticas artísticas autónomas y próximas a las instituciones del estado venezolano, produjeron referencias comunes para el país, especialmente en años como 1993 y 1994. Ese sentido político —o cronotópico— que define el arte, puesto que en él tiene lugar la coincidencia libre de los antagonismos, procede de un mecanismo que inicia en las adquisiciones curadas y cuya continuación puede activar procesos que deriven en la mirada pública, la mirada reveladora a la que se refiere aquella enigmática frase de Walter Benjamin sobre la condición dialéctica de la imagen, siendo que en ella el ahora y lo sido emergen y con esa aparición, producen el sentido. En el siglo xxi venezolano, la relación entre las colecciones patrimoniales nacionales y la historiografía ha sido afectada por el cambio en las políticas culturales y ello ha derivado —además de en vacíos irrecuperables y en contracciones de lo público desde el punto de vista de las artes visuales—, en algunos rebasamientos de los límites de lo privado con un carácter más próximo a la responsabilidad social que a la promoción del prestigio.

Esto en buena medida es así porque las colecciones y lo colectivo tienen una raíz común que comienza en lo etimológico, pero adquiere un peso real en la inscripción de sentido puesto que cuando se colecciona arte, se colecciona, propiamente, lo que es significativo para un colectivo. De este modo, el rol del coleccionismo en Venezuela, así como la situación de los archivos y los bienes patrimoniales cuya preservación es casi siempre inviable para los particulares, hacen de este diálogo entre una colección privada y la temporalidad captada en cada obra, un espacio para pensar de modo indispensable tanto en la memoria como en el sentido de comunidad en Venezuela, a través de preguntas como: ¿Qué nos hace coincidir permitiéndonos permanecer diferentes, hoy en día? Y si no coincidimos… ¿Qué constituye el entramado del país? ¿Habrá algún sentido de comunidad más allá de la identidad jurídica obligatoria?


…Los hechos te obligan a creer en ellos, las perspectivas te obligan a creer fuera de ellos.

Roy Wagner citado por E. Viveiros de Castro.


En esta exposición, obras de Roberto Obregón creadas entre 1993 y 1994 —momentos en los que era posible pensar desde la sensibilidad local en temas globales como la cultura pop, la fragilidad, la intimidad, la simbología, el paso del tiempo, la religación, la materialidad del movimiento, la vida, la muerte…—, fungen como el eje temático con el que enlazan, directa o tangencialmente, el resto de los veinte artistas y sus obras, algunos apenas comenzando sus carreras y otros, en cambio, con una notable trayectoria ya para comienzos de la década de 1990.

La idea inicial para esta exposición surge de Israel Ortega y Leonor Solá, responsables del registro de la Colección C&FE, quienes pensaron en una suerte de conmemoración de los treinta años de las controversiales exposiciones CCS-10. Arte venezolano actual (Galería de Arte Nacional) y Paralelo 11 (Museo Alejandro Otero), ambas de 1993. El proceso de selección, que ya contaba con mi incorporación como curadora, conservó la idea inicial y propició un diálogo para llegar a veintiún artistas, dado el peso que ambas exposiciones le dieron al número de participantes antes que a los temas. Más adelante, el arqueo documental y la cercanía con algunas obras, me condujo tanto a la postulación de Roberto Obregón como eje de la exposición, así como a la incorporación de otras referencias fuera de Caracas, sobre todo las Bienales Nacionales de Guayana en las que fue subrayado el rol del curador, especialmente la IV emisión de 1994-1995, e incluso la Bienal de San Pablo de 1994. Todo ello, y algunas referencias más, han quedado en el repositorio documental digital que está en la sala de exposición.

Estoy muy lejos de querer afirmar que las prácticas artísticas que responden a tiempos utópicos o distópicos marcados por los ejercicios de poder del siglo xxi en Venezuela, han decaído o han mermado. El arte responde siempre, como hace poco declaró Diana López, a sus circunstancias. Lo que ha cambiado de un modo que vale la pena pensar, es la producción de sentido nacional a través de la coincidencia libre que ha hecho del arte, al menos desde el siglo xix, un lugar para la convivencia y el desarrollo político del ser humano.

Cronotopías es entonces un momento y un lugar propicios para una revisión que trastoque tanto la mera nostalgia (así solemos calificar nuestras remembranzas) por un pasado que se piensa como más propicio y en el cual el arte contemporáneo se identificaba con (cito) “los lenguajes idóneos”, como la normalización de la clausura del porvenir vinculada a la imposibilidad de cambio que percibimos en la actualidad. Es una invitación a pensar lo que hemos hecho con nuestra temporalidad, aquella que no depende de ninguna medición artificial del acontecer natural, y a revisar nuestra mirada esquiva hacia “lo construido y lo decidido”, que ha convertido al pasado en algo que no puede incorporarse ni como historia ni como tradición. Y al futuro en una borradura, en algo desconcertante; inexistente.

Cronotopías es, entre otras cosas, una propuesta a considerar el perspectivismo coincidente, como lo propio del arte en la cultura occidental —colonial o decolonial por igual, si acaso reconocemos la importancia que tienen las prácticas artísticas en el ámbito de esos reclamos descentralizadores—. Pero a pensar en ello teniendo como referencia la potencia aglutinadora de las artes visuales en Venezuela. Cronotopías es, así, una perspectiva (veintiuna más dos, en realidad) sensible y fragmentaria repleta de preguntas y atisbos, construida gracias a la activación de las artes visuales

Por Carmen Alicia Di Pasquale, curadora de la exposición