El Orinoko es un río y una serpiente, un “lugar donde se rema” y un caudal de leyendas. Por lo tanto, es un recorrido y un animal que serpentea a través de la selva. También, es un universo de palabras, imágenes y sonidos . Quien boga a través de sus aguas quiere llegar a un destino, obtener algo de la naturaleza o hacer suya la belleza del lugar. Los navegantes suelen vincular deseo, ilusión y trabajo. Su faena es similar a la de un artista que relata historias y hace poesías, con palabras e imágenes. De ahí que, remero y artista, cauce y obra sean equivalentes.
La sintaxis de las oraciones y la línea de los dibujos, en un artista-remero, adquieren el espíritu del río-serpiente. Sus imágenes contienen el movimiento del agua, el ritmo de las estelas dejadas por las canoas, la forma sinuosa de las orillas y la vibración sonora de los rugidos, cantos y graznidos de todos los animales de la selva. Y al pasar de los años, de tanto ir y venir por el paisaje, ese río-serpiente-relato termina enrollado en su alma de tanto contar, describir, recordar, pintar, dibujar, metaforizar e imaginar. La navegación a remo, el dibujo y la escritura dejan entonces de ser un ejercicio y se convierten en una poética de aquel espacio. Es lo que ocurre con el maestro Régulo Pérez.
Esta muestra de dibujos y pinturas, hechos entre 1968 y 2023, es esa poética convertida en manifiesto. No solo porque declara el propósito de toda una vida dedicada al arte sino por el carácter de su plasticidad. ¿De qué modo lo hace? Como la poderosa corriente del río y la picada de la serpiente. Y es que la raíz latina de manifiesto es mănĭfestus, la cual está compuesta de manus (mano) y fendō (defiendo, golpeo, hiero). Ello nos remite a una acción contundente, una voluntad dispuesta a reafirmar su intención y a no dejar las cosas como están. En este sentido, la mano del pintor hiere y eso equivale a decir: la belleza corta, lastima. ¿A qué cosa? A la literalidad, la obviedad, la supuesta realidad plana de quienes no corren el riesgo de poetizar el mundo. De ahí que este maestro, nacido a orillas del Orinoko, declare en su Manifiesto mimético: “ Soy pintor, porque mi obra se nutre de maravillosas cosas reales y de la realidad fantástica de la leyenda”.
Los trabajos expuestos aquí no son testimonios de la vida cotidiana en el río sino consecuencias de haber remado por años en las aguas maravillosas de esa serpiente enrollada en lo más hondo del alma del artista. De ahí la arriesgada atmósfera escenográfica, el cromatismo technicolor de las pinturas y la línea expresionista del dibujo. También, de haber vinculado en un mismo imaginario las películas de Fritz Lang exhibidas en un gallinero, un burro incendiado corriendo a través del pueblo, las jirafas de Salvador Dalí, los cartones de la lotería de animalitos, Fafnir el dragón de la noche convertido en el pueblerino Crispín Pulido, burgundios, nibelungos y el benemérito Juan Vicente Gómez. De haber comprendido que “los animales se funden y se confunden en la naturaleza para comer o para no ser comidos en la intrincada ley de la selva. Planta y animal, animal o planta para ser o no ser, que es la cuestión de la vida y de la muerte en la jungla profunda”.
Humberto Valdivieso
Curador
Pingback: Un «vistazo» a la vida al lado del Orinoco – La página de Raúl